EL ROSTRO DE LA RESILIENCIA EN MÉXICO

EL ROSTRO DE LA RESILIENCIA EN MÉXICO


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En América Latina, resistir se ha convertido en un acto cotidiano. A fuerza de golpes –económicos, sociales, climáticos– la región ha aprendido a sobrevivir entre crisis que no se acaban de ir cuando ya llega la siguiente. Pero ¿hasta qué punto esta capacidad de “aguantar” es una virtud… y cuándo se convierte en una trampa en desarrollo de una nación?

El nuevo Informe Regional sobre Desarrollo Humano del Programa de Naciones Unidas en América Latina y el Caribe lanza una advertencia clave: en América Latina estamos romantizando la resiliencia. Es decir, celebramos la capacidad de adaptarnos al dolor sin cuestionar por qué ese dolor existe en primer lugar. Nos enorgullece “salir adelante” sin pedir cuentas a quienes deberían asegurar condiciones para vivir con dignidad. Esto no es una crítica a las personas, sino a un sistema político y económico que pareciera normalizar la adversidad.

México es quizás uno de los mejores ejemplos de esta ambivalencia. La palabra “resiliencia” se traduce aquí en expresiones como no rajarse, aguantar vara o salir adelante, símbolos de orgullo nacional que encarnan una forma defensiva de enfrentar la vida. Pero detrás de ese estoicismo hay una historia colectiva de abandono institucional.

En México es común toparse con personas que describen la resiliencia como la capacidad de adaptarse en soledad, sin esperar servicios óptimos y/o asistencia de instituciones públicas y privadas. Para algunas, el logro es simplemente resistir la violencia, el desempleo o los desastres naturales. Para otras, es lograr mejorar sus condiciones con educación, trabajo o el apoyo de la comunidad. El problema es que esta forma de entender la resiliencia sigue cargando el peso del bienestar exclusivamente en los hombros del individuo.

Y aquí es donde está el riesgo: cuando la resiliencia se convierte en una exigencia moral, puede justificar la falta de políticas públicas eficaces. El mensaje implícito es claro: “si no avanzas, es porque no te esforzaste lo suficiente”. Pero ¿cómo pedirle eso a quien vive en una zona sin servicios, sin seguridad, sin oportunidades?

El informe propone una visión transformadora: dejar atrás la idea de la resiliencia como una mera capacidad individual para aguantar, y empezar a entenderla como una estrategia colectiva para cambiar las condiciones que hacen necesario resistir. En el caso de México, esto implica pasar del modo supervivencia a una lógica de bienestar sostenible. Para lograrlo, se necesitan políticas públicas que no se limiten a paliar emergencias, sino que construyan redes de protección social sólidas; infraestructura capaz de resistir crisis climáticas; instituciones que ofrezcan certidumbre dentro de un auténtico estado de derecho; y, sobre todo, un nuevo contrato social donde el bienestar no dependa del esfuerzo heroico de cada persona, ni sea una responsabilidad exclusiva del gobierno en turno, sino una tarea compartida entre ciudadanía, sector privado e instituciones públicas.

La verdadera resiliencia no es aguantar lo inaguantable, sino vivir sin miedo a los eventos adversos del mañana. Y para eso, necesitamos más que fuerza de voluntad: necesitamos voluntad política.

Sobre el autor: Es doctor en ciencias políticas y desarrollo internacional por University College London (UCL) de la Universidad de Londres. Actualmente se desempeña como analista de investigación en la Oficina de Desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en Nueva York. Es miembro asociado del Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales (COMEXI) desde 2023.

Participación en El Sol de México


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